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Jesús

Serie La Calle Es Tu Lugar

Nos conocimos una tarde en Montevideo.

Esta es mi historia con Jesús.

Caía la tarde en la ciudad antigua, cuando abandoné la vieja casona, espacio donde se celebraba el Festival de Fotografía al que había sido invitado a participar.

El ocaso cargado de amagos veraniegos me decidió a caminar hasta el hotel donde me alojaba. Unas 20 cuadras. No estaba solo, mi sempiterna compañera de viajes, mi cámara, colgaba de mi hombro.

En una calle lateral cualquiera del viejo Montevideo el instinto me llevo a disparar a un contenedor de basura, sin haber notado que servía de parapeto indigente.

Un hombre barbado de piel oscura, quizás más por la vida que por genética propia, se materializó indignado, alertado por el sonido de la cámara fotográfica.

Gritándome violentamente comenzó a perseguirme.

Le gané la carrera, ya que estaba a una cuadra y media del hotel, que abrió sus puertas mágicamente para permitirme zambullir dentro sin mirar atrás.

Un par de horas más tarde decidí salir a cenar.

Ni bien traspuse las otrora salvadoras puertas escuché que alguien gritaba desde el fondo de la calle : “Ehh Fotógrafo! Fotógrafo!”, mientras se acercaba a grandes zancadas hasta mí.

– “Vos eras el fotógrafo, no?” – preguntó.

No sin recelo, respondí afirmativamente.

– ” Te quería pedir disculpas por haber intentado agredirte”- me dice.- “Cuando te ví pensé que eras de la Municipalidad, que siempre nos vuelven locos”- agregó.

– ” Me llamo Jesús, a las órdenes, y vivo acá a la vuelta”- se presentó con su modismo charrúa.

De la misma forma repentina en que se apareció, salió de su boca una maravillosa frase: – ” Querés fotos?”

– Sería buenísimo, pero no tengo mi cámara, le respondí, ya más relajado.

– No importa, andá a buscarla. Yo te espero y me sacás lo que quieras- ofreció, apresurándose a añadir- Eso sí, es un canje.

Te sale tres atados de cigarrillos y dos cervezas.

Minutos después, con mi equipo en mano, caminamos a la par esas 2 cuadras hasta su “morada”, con la escala obligada en el kiosco vecino.

Unos cartones, entre maderas y frazadas, eran toda la escenografía circundante.

Cómo dato de color, un enorme espejo con un cartel manuscrito de venta, desteñido por la lluvia, completando la imagen.

Posó feliz, me sugirió tomas y perfiles, durante los minutos que duró la inesperada sesión.

Me despedí para retomar la búsqueda de un lugar para cenar.

A mi regreso, se me ocurrieron un par de tomas complementarias. Pero, para mi sorpresa, Jesús está profundamente dormido.

A la mañana siguiente debía regresar a Buenos Aires.

Caía una fina llovizna, pero igualmente quise despedirme de mi ” amigo” y, por qué no, sacarnos una selfie como recuerdo. Pero él seguía inmerso en su jardín de sueños. Sigilosamente registre ese instante final con el espejo como aliado.