Una ciudad que despliega su esencia misteriosa y cautivadora, siempre dispuesta a revelarse ante aquellos que poseen una mirada ávida, curiosa, capaz de adentrarse en los rincones ocultos.

El ajetreo cotidiano deja su huella impresa en las calles, trazos de melancolía y desencanto para aquellos que anhelan un pasado que nunca existió, pero también joyas secretas para aquellos que continúan jugando a pesar de las adversidades.

Una mirada compleja, que abraza lo caóticamente sencillo, descubre lo ausente, lo sigiloso, lo olvidado. Ahí se encuentran pequeñas y grandes luces, destellos de significado.

El texto y la imagen entrelazan sus destinos en una unión eterna, sellada hace ya mucho tiempo. A pesar del pacto, o tal vez gracias a él, infiltrarse en sus intersticios no resulta imposible para aquellos que conocen las derrotas en el campo de batalla, pero que jamás se rinden.

El paso del tiempo es palpable, se manifiesta en cada pared, puerta, cartel, muro o columna que resiste lo inevitable. Mensajes ocultos, rudimentarios, inconclusos, siniestros, humorísticos y tristes, protestas y reclamos, más o menos sutiles, que maravillan, sorprenden y también avergüenzan. Todo depende, por supuesto, del matiz de pasión que los atrapa.

Extraviarse en una ciudad es una tarea fácil, pero descifrar sus guiños se convierte en un misterio para aquellos que intuyen que la vida está escrita (casi siempre). Es un entrelazamiento de una y mil lecturas posibles.

Así habla el lenguaje de la ciudad, merecedor de tener los ojos puestos en ella, de apreciarla en toda su plenitud.